Niko y el Vikingo nos relatan, con literaria espontaneidad, su travesía por el norte argentino. Santiago del Estero, Tucumán, Catamarca, La Rioja, San Juan… Allí muy poco es demasiado. Una roca, tres arbustos y el horizonte. Uno pone su alma. Del resto se encargan las sombras y la inmensidad.
Niko: Partimos hacia Santiago una fría noche de invierno. Eran las tres de la madrugada y acabábamos de atravesar el único día de nuestras vidas dedicado a los preparativos.
Vikingo: …que buscar la camioneta al otro lado de la ciudad, que esperar dos horas más hasta que terminaran de colocar el capot, que la carpa de Juancito en la casa de la tía, que juntar los trastos y seleccionar la ropa, que las compras en el mercado, que los malditos pitutos esos para…
Niko: No paramos ni un segundo y aún así arrancamos, demasiado ansiosos para esperar la luz de un nuevo día.
Vikingo: Cuéntales cuando me quedé dormido manejando.
Niko: ¡Qué fruncida, Dios mío! No había pasado media hora desde que cruzáramos el Brazo Largo y ya veníamos cabeceando. De repente, un frío corrió por mi espalda e instintivamente giré mi cabeza hacia la izquierda sorprendiendo al Vikingo con las manos en el volante, la velocidad rozando los 80 km/h, ¡y sus ojos completamente cerrados!
Vikingo: ¡Ja! Imaginen el susto que se pegó el pobre diablo.
Niko: Así empezó esta locura. Dos semanas de nuestras vidas y 3500 kms. de ruta.
Vikingo: ¡A un desesperante promedio de 65 km/h! Pero piensen en una F100 modelo ´73, rescatada noblemente de las fauces del olvido y atada con alambre, fastix y poxilina.
Niko: Soportó y superó la prueba más dura de su vida valiéndose exclusivamente del orgullo FORD y una simpatiquísima incompetencia.
Vikingo: Empezó perdiendo aceite. Lo arreglamos. Entonces le tocó el turno al líquido de frenos. Lo arreglamos. ¡Nos quedamos sin nafta!
Niko: Hasta aquí, dos puntos para “la máquina” y uno para los “colgate plus extra idiotas que se quedan sin combustible a dos kms del pueblo más cercano, en pleno ocaso y a unos pocos metros del cementerio local”.
Vikingo: Yo caminé esos dos largos kms. de ida y de vuelta mientras tú, muy tranquilo, matabas el tiempo con tus nuevos y difuntos amigos.
Niko: Sí claro, fue muy divertido…
Vikingo: Obviamente, también se nos pinchó una goma.
Niko: ¡Pero justo en frente de una gomería!
Vikingo: Es verdad, casi ni la sentimos a esa. Pero tuvimos suerte, pues no llevábamos repuesto… Después empezó a perder líquido de embrague y, como la cerecita encima del postre, se nos ca… ¡BIP! el tren delantero.
Niko: Así fue como conocimos, con algo más de detalle, al pueblo de Santa María de Jocubil *****, que queda en Catamarca, muy cerca de Tafí del Valle, en Tucumán. Por cierto, si van para el norte no se pierdan los alrededores de Tafí. Recuerdo la enorme cantidad de cactus gigantes por todos lados; parecían manos haciendo señas, algunas muy obscenas.
Vikingo: Estuvimos varados en Santa María tres días y dos noches. Para la tarde del primero, ya éramos gente amiga. En el norte los lugareños ocultan su generosidad detrás de una mirada de piedra, pero es una mirada que se esfuma apenas uno los saluda. Grandes sonrisas en el lejano norte; de las más grandes que he visto.
Niko: Fueron tres días de absoluto relajo. La vida por aquellos pagos es sencilla y predecible. Desde allí todo lo demás me parecía revuelto, confuso, ridículo...
Vikingo: Ahora de algo estoy seguro: lo mejor del norte es lo que hay entre medio de los puntos que figuran en el mapa.
Niko: ¡Ah, la ruta!
Vikingo: La ruta es lo que allí importa, mis amigos. Enormes extensiones de pura nada, polvo, polvo, polvo y más polvo (del literal, lamento decirles), vientos huracanados que amenazan con tirarte a la banquina, ¡cóndores revoloteando altivos y majestuosos por encima de tu cabeza!…
Niko: Da la sensación de estar en una dimensión distinta, profunda, silenciosa, salvaje y completamente indiferente a todo lo demás. Gigante desteñido, el norte parece el inconsciente de este mundo.
Vikingo: Y no hablemos de la noche. Aquella que nos obligaba diariamente a buscar un refugio donde colocar la carpa y hacer el fuego sagrado que daba luz a nuestros ojos y calor a nuestros huesos.
Niko: Nada de hoteles, no señor. Ni siquiera campings. Lo nuestro era dormir al costado de la ruta, en la parte trasera de alguna estación de servicio o, a lo sumo, algún techito sin paredes donado gratamente por la bondad natural de los lugareños.
Vikingo: Tenemos mil anécdotas más para contar, pero acá nos piden que vayamos cerrando la idea.
Niko: Sí, parece que ya nos hemos extendido demasiado.
Vikingo: Pues entonces se las hago corta: vayan al norte y vuelvan con sus propias anécdotas.
Niko: Les prometemos que no se arrepentirán.
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