En el caso que nos atañe, el poncho, desde un punto de vista netamente utilitario, es decir, considerado como una simple vestimenta acompañante del gaucho en sus travesías, no merecería adquirir una connotación mas allá de lo efímero y secundario; sin embargo, entendiéndolo en su contexto, dentro del proceso histórico-cultural que sentó las bases de nuestro rico y valioso país, seria ilógico no destacarlo y reconocer las implicancias generadas en su período de mayor utilización.
De no hacerlo negaríamos parte de nuestra propia existencia, orígenes y tradiciones, borrando del mapa los caminos que conducen a la afirmación de las raíces de tan preciada identidad cultural argentina.
Para los menos adentrados en el tema, les contamos que el poncho es una prenda de vestir característica del gaucho argentino; los hay de diferentes tipos y materiales, pero todos ellos siguen un patrón general, consistente en una pieza rectangular con una abertura en el centro por donde se introduce la cabeza, cubriendo gran parte del cuerpo.
Sin contradecir lo antes mencionado, el poncho puede ser considerado como una prenda de carácter universal, ya que ha sido usado por distintas culturas con diferentes fines: los romanos como capa de viaje y de guerra, en el Imperio de Bizancio como prenda de la liturgia de la misa, en la región Andina y Valle de Atacama se descubrieron momias envueltas en tejidos similares a los ponchos.
En América del Sur adquiere relevancia su utilización como elemento de trueque entre indios y pulperos y como símbolo de resistencia indígena contra la corona española. El gaucho pampeano lo empleaba como abrigo en la intemperie, frazada en el suelo, escudo en la pelea a cuchillo, símbolo de duelo o luto, vestimenta para la labor y protección en la cabalgata.
Pese a esta utilidad evidente que le daba el gaucho, esta prenda fue cuestionada por distintos personajes que han marcado la historia del país.
Entre sus principales combatientes se hallaba el “honorable” Domingo Faustino Sarmiento, quien decía: “mientras haya chiripá y poncho, no habrá ciudadanos”. Por otro lado lo enaltecieron el uso y aprobación de San Martín, Quiroga, Dorrego y Urquiza.
La zona de mayor elaboración de ponchos es el norte argentino, en donde la materia prima empleada proviene básicamente de animales tales como la vicuña, la llama, el guanaco y la oveja. En Salta por su parte, los ponchos son hechos de algodón, livianos, suaves, de gran belleza y alto precio.
En la pampa son de lana, tupidos y fuertes como para resistir las lluvias, y los hay de decorados curiosos.
Esta tradicional prenda es producto de un complejo y prolongado proceso que consta de las siguientes etapas: limpieza, tisado, hilado y teñido.
El mismo es realizado en gran medida por la mujer indígena que es la encargada de vestir al marido; sin embargo éste no desempeña un papel irrelevante ya que se ocupa de la captura del animal y de dejarlo en las condiciones necesarias para que la mujer pueda comenzar su labor.
Por todo lo aquí expuesto debemos tener en cuenta que el poncho es parte integrante de la identidad argentina, la cual deberíamos inculcar a los jóvenes encargados de fortalecer nuestras raíces, un tanto olvidadas en los tiempos que corren.
Por eso levantemos la cabeza y miremos a nuestro alrededor. Es hora de descubrir un mundo que habla por sí solo. La clave está en no avergonzarse de nuestro pasado y darlo a conocer. Hay que tener presente que “en la variedad está el gusto”; un mundo homogéneo no es atractivo para nadie, simplemente para los acumuladores de capital alienadores de masas. En la diferencia esta el reconocimiento de nuestra propia cultura.
Km0
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